Carlsbad Caverns National Monument

Tras cruzar un territorio desolado a través del sur de New Mexico (cosa que me encanta, por otro lado… me gusta pensar que mientras voy por esas carreteras desiertas el mundo se ha acabado y yo no me he extinto por pura ignorancia. Eso no me deja en un buen lugar como último especimen de la raza humana pero oye, al estar yo sola ya no me he de preocupar. Ni de eso ni de la dieta… ni de llevar el pelo limpio… Oh yeah!!!) (se me ha ido de las manos el comentario, no?) (hay alguien ahí..?) llego a Carlsbad, casi en la frontera con Texas. Realmente parece la última frontera porque hay… nada? Bueno, claro, tienen escondido lo mejor bajo el suelo.

Me cuesta encontrar un lugar decente para acampar, pero finalmente me decido por un sitio que se llama Washington Ranch. Por supuesto, al llegar descubro que soy el único humano alrededor en un rancho gigantesco… Mientras decido si es prudente o no quedarme llega la única otra caravana que acampará allí esa noche, con lo cual decido que me quedo. A ver, en la otra caravana viaja una señora de unos 75 años con un perro que parece que tiene 200, pero me parece suficiente para garantizar mi seguridad. Mis exigencias acerca de mi defensa personal se han vuelto un poquito más laxas, ya lo sé.

Misteriosamente no muero esa noche a manos de la asesina en serie del perro viejo (resulta ser una mujer muy maja que dice que está tomando un descanso en el cuidado de su madre (?). Del perro me dice que tiene 9 años… o bien yo no he entendido correctamente la edad o es el perro de los Red Hot Chili Peppers que se alimentaba de las drogas que caían al suelo. Una de dos) y ese dia salgo del Rancho para dirigirme a las entrañas de la Tierra Media. Allá vamos!

Para acceder a las cuevas he de bajar casi 500 metros en un ascensor (también se puede bajar a pie, pero… por qué querría yo bajar 489 metros a pie… de hecho, por qué quiero bajar de cualquier forma 489 metros?? Too late, spoiler: lo hice). Lo que encuentro al abrirse las puertas es la oscuridad más absoluta hasta que los ojos se acostumbran a la tenue y dramática iluminación. El sitio es gigantesco, y recorro entre fascinada y aterrorizada, cueva tras cueva, el inmenso lugar en el que se respira humedad.

En algunos puntos se ven simas que bajan todavía más… un atajo a las antípodas, supongo yo en mi inmenso conocimiento de espeleología. Hay una especialmente inquietante porque aún conserva la escalerita por la que se aventuraron para decidir unas cuantas decenas de metros más abajo que qué necesidad había. Aquí la escalerita, hecha por el chapuzas de turno, o alguien que odiaba especialmente al lider de la expedición (yo también hubiese alegado que tenía un pollo en el horno para salir pitando de allí):

La verdad que sentí bastante alivio al salir de nuevo a la superficie, con o sin pollo en el horno.

Ya puedo decir que conozco New Mexico a fondo, supongo. En cualquier caso, creo que prefiero seguir siendo una exploradora superficial. Esta experiencia es lo más cercano a viajar al interior de un plato de callos que he tenido en mi vida.

Next stop: Marfa, TX, el pueblo más hipster del mundo.

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