America n' Burro

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El Malpaís

20 de Febrero.

Han pasado dos semanas exactas desde que salí de Los Angeles. Pese a que la vida en la carretera tiene sus incomodidades, reconozco que me siento bien en los espacios reducidos.

Llego a Grants, punto intermedio entre los dos lugares que quiero visitar en la zona: Chaco y El Malpaís. Pero primero, recapitulemos.

Uno de los objetivos de este viaje era tratar de reducir al mínimo las cosas que necesito en mi día a día. Mirando a mi alrededor me doy cuenta de que he fallado estrepitosamente en este primer objetivo. Me he dejado llevar por el “y si..?” y ahora mismo los “ysi” me rodean de forma amenazante. Consigo reorganizar y reubicar parte de ellos de forma que molestan menos pero reconozco que he de trabajar en este aspecto un poquito más a fondo. El apego que le tengo a las cosas ahora mismo resulta un lastre. La primera de las R del movimiento “zero waste”, Reducir, me mira con reprobación tras la máquina de coser, la bolsa con las cuerdas de escalada y la pila de menaje de cocina que jamás usaré.

La otra parte importante de mi viaje trataba sobre la optimización de la energía y el agua. Quiero comprobar en mis propias carnes magras si soy capaz de ser funcional “off-grid”. Dos baterías de alta capacidad instaladas en la caravana, un potenciador de señal WI_FI, dos bombonas de propano, un depósito de 100L aprox. y una placa solar portable, que alimenta una tercera batería, deberían asegurarme independencia energética completa por un tiempo. Falta concretar cuánto y el rendimiento exacto de cada cosa . Mi conclusión tras dos semanas de vida off-grid es desigual:

  • Las baterías de la caravana, si bien alimentan sin problema las luces y los extractores, no aguantan demasiado bien cuando se conecta una computadora de sobremesa, o un secador de pelo.

  • La batería conectada a la placa solar -marca Jackery- genera energía continuada por unas 5 horas, lo que no me garantizaría una jornada completa de trabajo. Eso cuando ha sido posible que se carguen por completo, cosa complicada en el caso de no contar con días soleados. Pero funciona perfectamente como backup.

  • El propano alimenta sin problemas la calefacción, conectada casi de forma continuada en temperaturas bajo cero. También alimenta la cocina de guisar y el horno, así como la nevera (aunque esta última la tengo apagada precisamente porque estamos bajo cero..). Tras dos semanas de uso intenso sólo he consumido uno de las bombonas, la otra está intacta.

  • Del agua no puedo dar demasiados datos ya que desde que llegué a Taos arrastro un bloque de hielo inservible de +100kg aprox. Por razones obvias tampoco utilizo ni el calentador del agua ni la bomba, y algo me hace pensar que puede que se hayan averiado por la helada.

Cierro este inciso sobre las minucias de la vida trashumante y sigo.

Una de las cosas que más me gusta de New Mexico son los espacios abiertos interminables, y la falsa sensación de soledad que siento al atravesarlos. Me hace sentir como una exploradora que llega a los confines de la civilización por primera vez.

Mi primera parada dentro del Parque Nacional de El Malpaís (conserva su nombre original en español) es El Morro, uno de los sitios más curiosos que veré.

Al parecer, en la base de la pared vertical que conforma El Morro, existen petroglifos. Hago una pequeña caminata para verlos y encuentro mucho más de lo esperado… A los petroglifos de los antiguos pobladores les acompaña otras inscipciones hechas por los que llegaron siglos más tarde. Primero, los españoles, y casi un siglo después los anglos, al llegar a ese mismo punto, imitan el deseo de los primeros de marcar el impresionante lugar dejando su impronta en la piedra, y el resultado es una interminable muestra de nombres y fechas declarando que “por aquí pasó ____ el día ___”. En español las más antiguas y posteriormente en inglés. Todas ellas escritas en impecable tipografía, lo que ayuda a visualizar con detalle toda la historia del lugar a través del testimonio grabado en la piedra. Nunca antes había visto nada parecido.

Es probable que parte de mi fascinación se deba a una deformación profesional: son los títulos de crédito más antiguos que he visto nunca, y no dejan de narrar de forma sutil lo que se vivió en ese mismo lugar hace cientos de años.